Señales a lo largo del camino |
Cuando nos sentimos perdidos en la vida, las historias de la Biblia están allí para conducirnos hacia Dios en medio de la niebla.
por Jerry Sittser
¿Sabía usted que antes de que existiera el término “cristiano”, los creyentes eran conocidos como los seguidores del Camino (Hch 11.26; 9.2)? Fue un nombre bien elegido, porque implicaba dos características del naciente movimiento, que lo distinguían: el camino de la salvación que Jesús mismo es, y el modo o camino de vida que Él llama a sus discípulos a seguir (Jn 14.6; 13. 15).
El nombre “El Camino” evoca la imagen de una carretera, o de una senda que tomamos en la vida, pero sugiere también una historia. A medida que viajamos con Cristo, estamos viendo una historia, una narración que a veces incluye remolinos y cascadas; otras, una suave ondulación; y otras, un gran dramatismo.
El problema es que no siempre sabemos qué pensar de lo que nos ha pasado. ¿Cómo “leemos” la compleja historia de nuestras vidas e interpretamos con exactitud lo que Dios ha hecho y está haciendo? Al recorrer el Camino, encontramos que, por lo general necesitamos señales que nos guíen al siguiente trecho del viaje, adentrándonos más en la narración.
Por eso es tan importante conocer la historia de la redención de Dios, conservada en la Biblia, porque nos ayuda a conocer mejor nuestra propia historia. En particular, podemos recurrir a los relatos de hombres y mujeres fieles de la “gran nube de testigos” (He 11), para ver nuestras vidas a la luz de la verdad divina. Ellos nos recuerdan que hay, efectivamente, un camino que podemos seguir cuando todo parece perdido.
Considere las historias que siguen, y observe cómo funcionan como señales. La lista que sigue apenas escarba la superficie de las muchas historias que hay en la Biblia, y el potencial que tienen ellas para guiarnos en nuestra propia peregrinación con Dios.
Señal # 1
Tomemos, por ejemplo, la historia de Sara y Abraham, dos personajes en la historia del plan redentor de Dios. El Señor se les apareció y les prometió que, por medio de su simiente, Él crearía una nación y bendeciría al mundo (Gn 12.2, 3; 15.1-6). Pero pasaban los años, y Sara seguía siendo estéril. Sin embargo, el Señor nunca les dijo que había cambiado de idea.
Muchos años después, el Señor anunció a Abraham que su esposa concebiría y daría a luz un hijo, a pesar de que ella tenía más de noventa años de edad. Al escuchar accidentalmente la conversación, Sara se rió con incredulidad, como si se dijera sarcásticamente a sí misma: ¿Puedo realmente esperar experimentar tanto gozo a estas alturas de la vida? El Señor sabía que ella se había reído y le preguntó por qué. Después añadió: “¿Hay para Dios alguna cosa difícil?” (Gn 18.14).
Sara se rió porque, dadas sus circunstancias, no podía imaginarse cómo podría Dios cumplir su promesa. No tenía ni idea de que en el momento de su mayor duda y cinismo, el Señor estaba a punto de hacer un gran milagro. El resultado fue que la oscuridad de su incredulidad estaba por dar paso a la luz de un amanecer glorioso.
Piense en la historia de José (Gn 37; 39-47). ¿Qué significó para él ser traicionado por sus hermanos? ¿Ser vendido como esclavo? ¿Ser encarcelado por respetar y tratar de proteger la honra de la esposa de su amo? Su sufrimiento duró mucho más de lo que podemos imaginar.
Un pequeño incidente en particular me hace pensar en la clase de experiencia que puede destrozar a cualquier persona. Según cuenta la historia, dos hombres de la corte de Faraón, el copero y el panadero, fueron encarcelados por alguna falta que cometieron. Ambos tuvieron sueños tan confusos, que no tenían idea de cómo interpretarlos. José se dio cuenta de lo turbados que parecían los hombres, y les preguntó la causa de su intranquilidad. Cuando le contaron al joven hebreo sus sueños, se sorprendieron al descubrir que Dios le había dado a José la capacidad de interpretarlos. En cuanto al sueño del copero, predijo un resultado favorable; sobre el del panadero, un final adverso. Entonces le imploró al copero que lo recordara una vez que su posición de autoridad ante Faraón le fuera restituida. Pero el copero se olvidó de su promesa, y José siguió en la prisión.
Eso debió de haber sido muy desalentador y frustrante para José, quien pudo haber renegado de Dios allí mismo. Se había mantenido fiel, pero ¿dónde estaba la evidencia de la fidelidad de Dios? ¿Por qué seguir confiando en Él?
José no sabía nada del futuro, por supuesto. No tenía la menor idea de lo que habría más allá en el camino: los años de abundancia y de hambre en Egipto; el sueño inquietante de Faraón; el papel supervisor de José en el acopio y la distribución del trigo que más tarde salvaría a Egipto; su reconciliación con sus hermanos, y su gozoso reencuentro con su padre. José tuvo que tomar una decisión: confiar en Dios o abandonar la fe. Eligió permanecer en la historia, aunque su oportunidad de liberación parecía haberse desvanecido.
Si José hubiera sido puesto en libertad cuando tenía la esperanza de que eso sucediera, la historia habría resultado buena para él, sin duda, pero solamente para él. Con toda probabilidad, él jamás habría visto a sus hermanos y a su padre otra vez; nunca habría asumido una elevada posición de responsabilidad en la corte; nunca habría salvado a toda una nación del hambre. Ese habría sido el precio de un final prematuro. Una vez más, esta historia sirve como señal. Al igual que Sara, José fue llamado a creer en que el Señor estaba obrando cuando había poca o ninguna evidencia de ello. José se mantuvo en el camino de Dios.
Señal # 3
La historia de Job comienza en una escena terrenal. Es rico y poderoso; tiene su esposa y varios hijos; es compasivo y generoso, un modelo de fe. Entonces, la escena cambia abruptamente. En la corte celestial, Satanás desafía a Dios con el argumento de que Job era bueno y fiel porque Dios le había facilitado las cosas. Satanás quiso poner a este hombre a prueba, y Dios le permitió que le quitara la riqueza, luego a sus hijos, y finalmente su salud (Job 12).
Lo único que le queda a Job es su dolor. Se sienta sobre un montón de cenizas, donde se lamenta, se rasca sus úlceras, y anhela llevar su queja ante el Señor. Cuando tres amigos visitan a Job para consolarlo, se atreven a explicarle por qué ha sufrido tanto: le dicen que es porque ha hecho algo para merecerlo. Su esposa le dice que maldiga a Dios. Job clama en su agonía y desesperación al Señor, y desea estar muerto. Pero rechaza las explicaciones de sus amigos, y se niega a maldecir al Señor (Job 36).
Entonces Dios le habla a Job desde un torbellino, para demostrarle con absoluta autoridad que Él es Dios trascendente, poderoso y sabio. Job está simplemente abrumado por esta experiencia y, al final, se rinde y confiesa haber hablado de asuntos que no entendía (Job 3842).
Todo esto puede parecernos injusto, principalmente porque no hemos vivido la experiencia, pensando de manera abstracta acerca de Dios, como lo hicieron los amigos de Job. Fue Job quien experimentó pérdidas catastróficas concretas. Por otra parte, fue Job quien experimentó la gloria de Jehová, quien vino a él de una manera concreta. Es por eso que, cuando vemos su historia, tenemos que imaginar lo que debió haber sido para Job tener ese encuentro con el Dios verdadero, y esa fue la razón por la que él no tuvo más preguntas que hacer. Porque, cuando una persona descubre que Dios es un ser real y glorioso, encuentra que Él es la respuesta a todas las preguntas. La recompensa de Job no fue la restauración de sus medios de subsistencia y de su familia (aunque le fueron dados esos regalos); su verdadera recompensa fue nada menos que Dios mismo.
Esta es la razón por la que la historia de Job puede ser una señal: Job luchó. Pero, de alguna manera, siguió adelante con fe, hasta dónde pudo, y el Señor se le apareció. Entonces, todas sus quejas y todas sus preguntas se transformaron en admiración: “Yo hablaba lo que no entendía; cosas demasiado maravillosas para mí, que yo no comprendía… De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven” (Job 42.3-5).
El Camino es duro y angosto, dice Jesús. Pero también nos asegura que su yugo es fácil, y ligera su carga (Mt 7.14; 11.30). Puede ser que nos resulte más fácil vivir en esta tensión si nos detenemos a leer las señales a medida que avanzamos. Las dificultades enfrentadas por Sara, José y Job nos recuerdan que aunque ellos sufrieron como nosotros, se mantuvieron en el Camino y tuvieron la experiencia de ver cumplido el plan redentor de Dios. Nosotros, también, que estamos rodeados por una gran nube de testigos, podemos despojarnos de todo lo que nos asedia, y seguir adelante, mirando a Jesús mismo, quien es el autor y consumador de nuestra fe.
El Camino es duro y angosto, dice Jesús. Pero también nos asegura que su yugo es fácil, y ligera su carga (Mt 7.14; 11.30). Puede ser que nos resulte más fácil vivir en esta tensión si nos detenemos a leer las señales a medida que avanzamos. Las dificultades enfrentadas por Sara, José y Job nos recuerdan que aunque ellos sufrieron como nosotros, se mantuvieron en el Camino y tuvieron la experiencia de ver cumplido el plan redentor de Dios. Nosotros, también, que estamos rodeados por una gran nube de testigos, podemos despojarnos de todo lo que nos asedia, y seguir adelante, mirando a Jesús mismo, quien es el autor y consumador de nuestra fe.