De aquí a la eternidad
¿Quién
le llevará al cielo?
por
Charles F. Stanley
Haga
una pausa por un minuto. Piense en su vida, desde el momento en que nació,
hasta hoy. Medite en los desafíos que ha enfrentado, y en el futuro que tiene
todavía por delante.
Nuestro
tiempo en este mundo es apenas un breve período de nuestra existencia.
Algún día este tiempo llegará a su fin, y mucho más pronto de lo que pensamos.
En el horizonte nos espera la parte más extensa de nuestra vida —la eternidad
con Dios— a medida que avanzamos más allá del umbral de este mundo a la
plenitud de su reino. Pero ¿con qué frecuencia pensamos en el futuro glorioso
que espera a quienes tienen puesta su fe en Él?
Si
somos sinceros, hay tanto que hacer ahora, que la eternidad es, por lo general,
una idea tardía. Tenemos responsabilidades, sueños, metas y deseos que
anhelamos ver cumplidos. Todo esto puede dominar nuestros pensamientos y dictar
nuestras acciones, pero la verdad sigue siendo que nuestro tiempo en este mundo
equivale a un minúsculo fragmento de nuestra existencia. Sería una insensatez
que gastemos todas nuestras energías solamente en el aquí y ahora.
La
Biblia nos dice que un día “la tierra y las obras que en ella hay serán
quemadas” (2 P 3.10). En otras palabras, su casa, su trabajo, su cuenta
bancaria y todas sus metas se acabarán. Solamente una cosa del mundo, como lo
conocemos, perdurará: los seres humanos. Y ellos morarán en uno de estos dos
lugares: en el cielo o en el infierno.
Como
creyente en Cristo, la mayor inversión que podemos hacer está en el destino
eterno de nuestros familiares, amigos, vecinos y extraños por igual. En lugar
de concentrar todo el tiempo, esfuerzo y dinero en las cosas de este mundo,
¿por qué no marca la diferencia en el futuro de alguien, compartiéndole el
evangelio de Cristo? En realidad, esto es algo más que una inversión; es
nuestra responsabilidad dada por Dios, y la Biblia nos dice por qué.
El
deseo de Dios.
De
acuerdo con 1 Timoteo 2.3, 4, el Señor “quiere que todos los hombres sean
salvos” del pecado y la muerte. Su oferta de salvación no excluye a nadie, y Él
busca a los pecadores con compasión y amor. Sin embargo, el Señor perdona
solamente a quienes se arrepienten de su pecado y creen que Jesús es el Hijo de
Dios, aceptando su sacrificio expiatorio a su favor. Aunque muchas personas
resistirán o rechazarán nuestro mensaje, seguimos teniendo la responsabilidad
de proclamar las buenas nuevas de salvación en todo tiempo. No sabemos cuándo
Dios abrirá el corazón de alguien para recibir al Salvador.
Sin
embargo, no debemos pensar que recibir el regalo de la salvación es lo único
que el Señor dispuso para la humanidad. Dios quiere que crezcamos continuamente
en el conocimiento de quién es Él, mediante la oración y la lectura de la
Biblia. Así es como Dios transforma nuestro carácter, actitudes y conducta,
para que nos asemejemos a su Hijo, y para que influyamos en quienes no lo
conocen. Si nos mantenemos en la ignorancia, no tenemos nada que compartir con
aquellos que no conocen al Mesías.
Nuestra
comisión.
Hace
algunos años, dirigí el funeral de un hombre extraordinario que entendió el
principio de crecer y compartir. Durante un tiempo de su vida, él fue un
mafioso que estuvo involucrado en mentiras, robos, asesinatos y la cárcel. Pero
cuando el Señor se apoderó de su corazón, lo consumió el deseo de conocer la
Palabra de Dios. Llevó su nuevo conocimiento a las cárceles y testificó del
Señor a sus amigos —e incluso a sus enemigos. Puesto que había sido un
presidiario, muchos estuvieron dispuestos a escucharlo, y un sinnúmero de
hombres llegó a conocer a Cristo como su Salvador.
Millones
de personas no saben nada acerca del Señor Jesús, y somos nosotros a quienes
Dios le ha encomendado llevarles el mensaje. Tanto a nivel de iglesia, como de
manera individual, tenemos la responsabilidad de ir y hacer discípulos de todas
las naciones (Mt 28.19). He aquí las siguientes verdades que es bueno recordar
al llevar el mensaje a otros:
Usted
es una luz en el mundo.
Jesús
dijo a sus discípulos que ellos eran “la luz del mundo” (Mt 5.14). Cuando la
luz entra en una habitación expulsa a la oscuridad, dejando que quienes están
adentro vean con más claridad. Su presencia debe tener ese mismo efecto en las
personas con quienes vive y trabaja. Algunas de las personas en la habitación
se alegrarán por la verdad que les fue revelada, pero otros la rechazarán
porque prefieren la oscuridad que les permite negar sus pecados y crear su
propia “verdad” (Jn 3.19, 20).
Usted
es la sal de la tierra.
El
Señor también dijo que somos “la sal de la tierra” (Mt 5.13). La sal da sabor y
preserva los alimentos. Algunas personas responderán favorablemente a su
testimonio; querrán tener lo que usted tiene, porque ven revelados el amor, la
alegría y la paz de Cristo en sus palabras, actitudes y acciones. Otros
sentirán la sal de su vida como algo irritante, y no querrán tener nada que ver
con el Señor Jesús. Sin embargo, no importa cómo responda la gente, no podemos
dejar de compartir la salvación en Cristo por medio de nuestro ejemplo y nuestras
palabras.
Usted
debe enseñarles.
Cuando
Jesús nos dio el mandato de hacer discípulos, también nos dijo que les
enseñáramos a guardar todo lo que Él nos manda (Mt 28.20). Muchas veces nos
centramos en hacer que la gente cruce la puerta de la salvación, pero luego las
dejamos paradas solas en el umbral. Después que acepté a Cristo como mi
Salvador, necesité que alguien me enseñara las verdades de las Sagradas
Escrituras y los caminos de Dios. Recuerde que el deseo del Señor es que su
pueblo crezca en el conocimiento de la verdad para que puedan ser transformados
y estar preparados para alcanzar a otros para Él. Nuestro objetivo es llegar a
ser discípulos que puedan hacer discípulos.
Usted
debe alertarles.
El
mensaje que compartimos con el mundo tiene dos caras: la buena noticia y la
mala noticia. Por naturaleza preferimos atraer a los perdidos hablándoles de
los beneficios que acompañan aceptar a Cristo como Salvador; pero tenemos
también la responsabilidad de alertarles en cuanto al juicio que le espera a quienes
lo rechazan. Ocultar esta cruda realidad puede parecer una actitud compasiva,
pero en realidad es todo lo contrario. El destino eterno de esas personas está
en juego. Sé que parece una tarea difícil, pero no se puede elegir cuáles
verdades de la Palabra podemos compartir y cuáles ocultar.
Su
respuesta.
Ahora
le toca a usted. ¿Cómo va a responder a lo que acaba de leer? ¿Va a hacer una
inversión en la eternidad compartiendo el evangelio con alguien que necesita al
Salvador?
Usted
no tiene idea de lo que Dios puede hacer con su vida, si empieza a crecer en
Cristo y a compartir su fe con los demás. No importa qué clase de vida haya
vivido hasta ahora, o cuál sea su situación en este momento. Comience por
arrepentirse del pecado, y busque conocer las verdades de las Sagradas
Escrituras. Entonces, el Señor le preparará para el trabajo que ha dispuesto
específicamente para usted en su reino (Ef 2.10).
La
recompensa por hacer su parte para cumplir con la Gran Comisión es doble. No
solamente el destino eterno de una persona perdida será cambiado, sino que
también algún día usted será recompensado en el cielo por su obediencia fiel en
hacer lo que el Señor le mandó: ¡Vaya, y haga discípulos!
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