Subes y Baja la vida es Asi


El discernimiento importa


Verdades sencillas para dejarse guiar por el Espíritu Santo.

por Charles F. Stanley
¿Cuándo fue la última vez que escuchó hablar de discernimiento? Ese no es un tema muy popular en nuestro mundo hoy; sin embargo, es probable que ninguna otra generación haya tenido tanta necesidad de discernimiento como la nuestra. Estamos llenos de información, pero nos falta entendimiento. Con un clic en la computadora, tenemos acceso a más información de la que nuestros antepasados tuvieron. Pero ¿cómo podemos saber qué es verdad y qué es mentira?
La falta de discernimiento hace que las personas vivan abrumadas por las deudas, los problemas, los conflictos interpersonales, y además les resulte difícil diferenciar lo bueno de lo malo. Cada vez vivimos más como en la época de los jueces de Israel, cuando “cada uno hacía lo que bien le parecía” (Jue 21.25).
Es por eso que los creyentes necesitamos discernimiento para conocer la verdad y la dirección de Dios en cada circunstancia. El discernimiento consiste en evaluar la información o las situaciones, distinguir las diferencias, pensar en las consecuencias y, por consiguiente, juzgar correctamente. Por nuestra condición humana, carecemos de esta clase de sabiduría, pero el Señor está deseoso de darnos el discernimiento que necesitamos. 
¿Por qué necesitamos discernimiento?
• Para reconocer la voz de Dios. Con el fin de descubrir y cumplir el plan que Él tiene para nuestras vidas, tenemos que ser capaces de escuchar su voz. Supongamos que usted le pide que le guíe a tomar una decisión. Cuando le llega una sensación de dirección, ¿puede saber si viene de Dios o de su propia mente? Si usted busca el consejo de un hermano en la fe, ¿es capaz de determinar si el Señor le está hablando por medio de él? Sin discernimiento, usted no sabrá nada a ciencia cierta y, como resultado, podría seguir malos caminos en la vida.
• Para comprender la voluntad de Dios. Aunque la Biblia habla claramente de cómo vivir, no se refiere específicamente a cada situación. Por ejemplo, usted no puede encontrar un versículo que le diga con quién casarse o si debe cambiar de empleo. Pero esto no significa que los principios bíblicos no estén relacionados con todas las decisiones que tendrá que tomar. El Espíritu Santo que habita en nuestro interior, está allí para guiarnos de modo que sepamos bien cómo poner en práctica la Palabra de Dios.
• Para tomar decisiones sabias. Cada día está lleno de decisiones, algunas intrascendentes, y otras capaces de cambiar una vida. La persona necesitada de discernimiento,  a menudo hace las cosas mecánicamente, sin reconsiderar sus decisiones y pensar en el resultado futuro de sus acciones. Por ejemplo, cuando usted está comprando, ¿se detiene a considerar la carga económica de una compra impulsiva?
• Para distinguir lo bueno de lo mejor. No todas las decisiones son una elección entre lo que está bien y lo que está mal. A veces, lo único que necesitamos saber es cuál es el camino a seguir. El Señor no quiere que, como cristianos, vayamos cojeando por la vida; desea que florezcamos en la plenitud de su voluntad. Cada día nos enfrentamos a decisiones que marcan nuestro rumbo de una manera u otra. La única manera de tomar decisiones alineadas con la voluntad de Dios, es buscar la mente de Cristo en cuanto a nuestros asuntos.
• Para distinguir la verdad del error.Otra razón por la que necesitamos un espíritu de discernimiento es para reconocer los engaños. Mucho de lo que vemos y escuchamos se basa en una perspectiva influenciada por el mundo y por Satanás, el padre de mentira. Hasta nuestros sistemas educativos están plagados de errores. En la escuela primaria se enseña que somos producto de la evolución, y en las universidades adoctrinan con ideas ateas.
• Para evitar ser engañados por el pecado.Gálatas 6.7 dice: “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará”. El pecado es engañoso, y al final solo produce una amarga cosecha. Los placeres de la vida nos son dados por Dios, pero somos tentados a ir más allá de los límites que Él ha fijado. Por tanto, debemos considerar las consecuencias que nos esperan, y recordar las bendiciones de la obediencia.
• Para distinguir entre el legalismo y la libertad. Las convicciones personales no siempre son mandatos para todos los creyentes. La Biblia es clara en cuanto a las normas de Dios, pero el Señor también pone en el corazón de cada persona normas que la protejan de acuerdo a sus fortalezas y debilidades. Por eso, cada vez que alguien le presione para adoptar una norma, debe saber distinguir si se trata de un mandamiento bíblico, o de una preferencia personal.
• Para comunicarnos con otros.Quizás el área en que más necesitamos discernimiento es en la esfera de las relaciones. Es más fácil leer entre líneas en un libro, que entender realmente a otra persona. Recordemos que discernimiento es ver la realidad que está debajo de la superficie o apariencia exterior. Esto significa que escuchamos no solamente lo que alguien dice, sino también lo que no dice. El discernimiento es vital para determinar si alguien está diciendo la verdad, pero es también importante en nuestros esfuerzos por ayudar a otros cuando están necesitados de palabras de aliento.
Cómo adquirir discernimiento.
El discernimiento espiritual es un don de Dios. No es algo que podemos fabricar nosotros mismos, sino una cualidad que desarrollamos cuando nos mantenemos firmes en la oración y en la lectura de la Biblia. Cuando más tiempo pasemos comunicándonos con el Señor, y llenando nuestra mente con sus pensamientos, más discernimiento tendremos. El objetivo es dejar que su Espíritu nos guíe en todo momento. Para que sea así, tenemos que vigilar lo que permitimos que entre a nuestra mente. La manera de pensar del mundo doblegará al discernimiento espiritual si pasamos dos o tres horas viendo la televisión, y apenas diez minutos leyendo la Biblia.
Por la presencia continua del Espíritu Santo en nosotros, nunca tenemos que tomar una decisión solos, o confiar en nuestros limitados recursos. Él está siempre con nosotros para guiarnos a toda verdad, y para recordarnos las palabras de Cristo (Jn 14.26; 16.13). Pero tenemos la responsabilidad de poner la palabra de Dios en nuestra mente, para que Él pueda hacer que la recordemos.
El momento para comenzar a desarrollar discernimiento es ahora mismo. Usted no puede permitirse esperar hasta que enfrente una decisión crítica. El buen juicio se produce en la medida que nuestros sentidos son ejercitados en el discernimiento del bien y el mal (He 5.14).
Comience hoy, dedicando tiempo a la oración y llenando su mente con la Palabra de Dios. Pídale al Señor que le guíe, y hasta donde pueda, haga lo que crea que Él le está diciendo. Si está buscando sinceramente seguir a Dios, Él le mostrará el camino.

 

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¿Quién es la Iglesia?

¿Quién es la Iglesia?



Por Sandy Feit

Como recién llegados a Atlanta, mi esposo y yo teníamos los ojos bien abiertos en cuanto a la vida en una gran ciudad. La vida en Rhode Island funcionaba a una escala más pequeña, y no me refiero solo a las distancias más cortas ni a las autopistas con menos carriles. Incluso, las iglesias caían en esa categoría, no solo por su cantidad sino también por sus dimensiones físicas.
Recuerdo haberle dicho a una amiga que las iglesias en el sur son tan abundantes como los restaurantes italianos en el norte. Además, nunca habíamos visto un santuario como el de la Primera Iglesia Bautista de Atlanta, con miles de asientos, un coro enorme y una orquesta completa. Sin embargo, a pesar de lo maravilloso que era todo esto, a mi preocupación se añadía el hecho de que había permanecido en el anonimato desde hacía bastante tiempo.
Entonces conocimos a Hubert, quien había pasado ya hacía varios años la edad de la jubilación, pero seguía manejando un negocio de camiones. También supervisaba el ministerio de consejería, servía como ujier, e incluso interpretó un año el papel de Nicodemo en un drama de Semana Santa. Pero su papel como recibidor de visitantes a la iglesia era lo que más impactaba de él.
Mientras que algunos podrían considerar que ese era un trabajo fácil, Hubert lo tomaba muy en serio. Por reconocer el valor que tenía una primera impresión, entrenaba al equipo para que fuera “no solo afable, sino además entusiasta”. Más que simplemente dar gracias a los visitantes por su visita, buscaba ayudar a los recién llegados a sentirse bienvenidos y orientados dentro de ese inmenso edificio.
Yo había dado por sentado que buscar una nueva iglesia significaba, inevitablemente, un período incómodo, al menos hasta que nos familiarizáramos con ella y nos uniéramos a una clase de la escuela dominical. En vez de eso, nos sentimos como en casa desde el principio, ya que Hubert, con su manera de ser tranquila y cálida, nos recibía con una gran sonrisa.
Entonces comenzó a atraernos a la vida de la iglesia. Todavía hoy, nos reímos al recordar la primera vez que mi esposo ayudó a recoger la ofrenda. En lo que respecta al servicio, éramos espectadores, una situación que Hubert decidió corregir. Al enterarse de que un ujier estaba ausente, fue directo a nuestra hilera y le preguntó a mi esposo si podía llenar la vacante en ese servicio. Y Elliot no habría puesto ninguna objeción, solo que su vestimenta veraniega no combinaba con el atuendo de los ujieres. Pues bien, en un santiamén Hubert había desaparecido para hablar con alguien de una necesidad inesperada, y reapareció con una chaqueta del tamaño adecuado. Minutos más tarde, allí estaba Elliot, pasando el platillo por el pasillo, vestido como los otros ujieres (es decir, excepto por sus sandalias).

Por alguna razón, todos los domingos se produjo una vacante a partir de entonces, y Elliot se unió oficialmente al grupo de ujieres. En poco tiempo, gracias a Hubert, nos volvimos activos en la escuela dominical y en el ministerio de consejería.
A pesar de que compartimos poco tiempo con Hubert antes de su muerte, hace una década, su rostro me viene a la mente cada vez que pienso en la iglesia. Creo que es porque él hacía lo que se supone que todos debemos hacer: mantenía sus ojos abiertos a las necesidades, y utilizaba responsablemente y de manera deliberada y creativa, las habilidades que Dios le había dado.
Y es por eso que otros rostros me vienen a la mente cuando recuerdo las diversas reuniones a las que hemos asistido. Veo a Rut, por ejemplo, que era conocida por su habilidad para contar historias asombrosas. Deleitaba a su público, tanto al predicar un sermón para niños, como al entretener a adultos mayores en una reunión.
También está Mabel, quien presidía los eventos con comida. Como dueña de una tienda de delicatessen, conocía todos los trucos del oficio, y por eso podía planificar cualquier menú y supervisar su preparación. De hecho, Mabel hacía que el trabajo en la cocina pareciera tan fácil (ella ni siquiera se ponía un delantal), que su experiencia se traducía en una confianza cada vez más grande para el resto de nosotras.
También recuerdo a Cindy y a Bob. Éramos nuevos en su iglesia cuando mi esposo necesitó una cirugía, por lo que nos trajeron una comida y aprovecharon la breve visita como una manera de conocernos. La pareja nos escuchaba bien, tanto a nosotros como, evidentemente, al Espíritu Santo: una simple pregunta que hizo Bob en cuanto a la operación nos ayudó a darnos cuenta de que nunca habíamos perdonado a la persona que había causado la herida inicial hacía casi cincuenta años. La sanidad espiritual fue tan placentera como la física.
Estas personas tenían diferentes dones que disfrutaban usando para “el bien de los demás” (1 Co 12.7 NVI). Para ellos, el ministerio era gratificante, en vez de ser simplemente un “programa”, un trabajo rutinario, o una lista de cosas por hacer. Como dijo Carol Cotton de su esposo: “Hubert amaba realmente al Señor, y simplemente quería servirle”.


Entonces, cuando usted piensa en la iglesia, ¿qué rostro le viene a la mente? O tal vez más específicamente, cuando los demás piensan en la iglesia, ¿ven el rostro suyo?

 

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Señales a lo largo del camino

Señales a lo largo del camino


Cuando nos sentimos perdidos en la vida, las historias de la Biblia están allí para conducirnos hacia Dios en medio de la niebla.
por Jerry Sittser
¿Sabía usted que antes de que existiera el término “cristiano”, los creyentes eran conocidos como los seguidores del Camino (Hch 11.26; 9.2)? Fue un nombre bien elegido, porque implicaba dos características del naciente movimiento, que lo distinguían: el camino de la salvación que Jesús mismo es, y el modo o camino de vida que Él llama a sus discípulos a seguir (Jn 14.6; 13. 15).
El nombre “El Camino” evoca la imagen de una carretera, o de una senda que tomamos en la vida, pero sugiere también una historia. A medida que viajamos con Cristo, estamos viendo una historia, una narración que a veces incluye remolinos y cascadas; otras, una suave ondulación; y otras, un gran dramatismo.
El problema es que no siempre sabemos qué pensar de lo que nos ha pasado. ¿Cómo “leemos” la compleja historia de nuestras vidas e interpretamos con exactitud lo que Dios ha hecho y está haciendo? Al recorrer el Camino, encontramos que, por lo general necesitamos señales que nos guíen al siguiente trecho del viaje, adentrándonos más en la narración.
Por eso es tan importante conocer la historia de la redención de Dios, conservada en la Biblia, porque nos ayuda a conocer mejor nuestra propia historia. En particular, podemos recurrir a los relatos de hombres y mujeres fieles de la “gran nube de testigos” (He 11), para ver nuestras vidas a la luz de la verdad divina. Ellos nos recuerdan que hay, efectivamente, un camino que podemos seguir cuando todo parece perdido.
Considere las historias que siguen, y observe cómo funcionan como señales. La lista que sigue apenas escarba la superficie de las muchas historias que hay en la Biblia, y el potencial que tienen ellas para guiarnos en nuestra propia peregrinación con Dios.

Aunque dude de que hay un camino más adelante, Dios está obrando.

Señal # 1
Tomemos, por ejemplo, la historia de Sara y Abraham, dos personajes en la historia del plan redentor de Dios. El Señor se les apareció y les prometió que, por medio de su simiente, Él crearía una nación y bendeciría al mundo (Gn 12.2, 3; 15.1-6). Pero pasaban los años, y Sara seguía siendo estéril. Sin embargo, el Señor nunca les dijo que había cambiado de idea.
Muchos años después, el Señor anunció a Abraham que su esposa concebiría y daría a luz un hijo, a pesar de que ella tenía más de noventa años de edad. Al escuchar accidentalmente la conversación, Sara se rió con incredulidad, como si se dijera sarcásticamente a sí misma: ¿Puedo realmente esperar experimentar tanto gozo a estas alturas de la vida? El Señor sabía que ella se había reído y le preguntó por qué. Después añadió: “¿Hay para Dios alguna cosa difícil?” (Gn 18.14).
Sara se rió porque, dadas sus circunstancias, no podía imaginarse cómo podría Dios cumplir su promesa. No tenía ni idea de que en el momento de su mayor duda y cinismo, el Señor estaba a punto de hacer un gran milagro. El resultado fue que la oscuridad de su incredulidad estaba por dar paso a la luz de un amanecer glorioso.
Aunque usted se sienta olvidado, la historia no ha terminado.

Señal # 2

Piense en la historia de José (Gn 37; 39-47). ¿Qué significó para él ser traicionado por sus hermanos? ¿Ser vendido como esclavo? ¿Ser encarcelado por respetar y tratar de proteger la honra de la esposa de su amo? Su sufrimiento duró mucho más de lo que podemos imaginar.
Un pequeño incidente en particular me hace pensar en la clase de experiencia que puede destrozar a cualquier persona. Según cuenta la historia, dos hombres de la corte de Faraón, el copero y el panadero, fueron encarcelados por alguna falta que cometieron. Ambos tuvieron sueños tan confusos, que no tenían idea de cómo interpretarlos. José se dio cuenta de lo turbados que parecían los hombres, y les preguntó la causa de su intranquilidad. Cuando le contaron al joven hebreo sus sueños, se sorprendieron al descubrir que Dios le había dado a José la capacidad de interpretarlos. En cuanto al sueño del copero, predijo un resultado favorable; sobre el del panadero, un final adverso. Entonces le imploró al copero que lo recordara una vez que su posición de autoridad ante Faraón le fuera restituida. Pero el copero se olvidó de su promesa, y José siguió en la prisión.
Eso debió de haber sido muy desalentador y frustrante para José, quien pudo haber renegado de Dios allí mismo. Se había mantenido fiel, pero ¿dónde estaba la evidencia de la fidelidad de Dios? ¿Por qué seguir confiando en Él?
José no sabía nada del futuro, por supuesto. No tenía la menor idea de lo que habría más allá en el camino: los años de abundancia y de hambre en Egipto; el sueño inquietante de Faraón; el papel supervisor de José en el acopio y la distribución del trigo que más tarde salvaría a Egipto; su reconciliación con sus hermanos, y su gozoso reencuentro con su padre. José tuvo que tomar una decisión: confiar en Dios o abandonar la fe. Eligió permanecer en la historia, aunque su oportunidad de liberación parecía haberse desvanecido.
Si José hubiera sido puesto en libertad cuando tenía la esperanza de que eso sucediera, la historia habría resultado buena para él, sin duda, pero solamente para él. Con toda probabilidad, él jamás habría visto a sus hermanos y a su padre otra vez; nunca habría asumido una elevada posición de responsabilidad en la corte; nunca habría salvado a toda una nación del hambre. Ese habría sido el precio de un final prematuro. Una vez más, esta historia sirve como señal. Al igual que Sara, José fue llamado a creer en que el Señor estaba obrando cuando había poca o ninguna evidencia de ello. José se mantuvo en el camino de Dios.
Aunque su lucha parezca ser en vano, Dios mismo será su recompensa.

Señal # 3
La historia de Job comienza en una escena terrenal. Es rico y poderoso; tiene su esposa y varios hijos; es compasivo y generoso, un modelo de fe. Entonces, la escena cambia abruptamente. En la corte celestial, Satanás desafía a Dios con el argumento de que Job era bueno y fiel porque Dios le había facilitado las cosas. Satanás quiso poner a este hombre a prueba, y Dios le permitió que le quitara la riqueza, luego a sus hijos, y finalmente su salud (Job 1­2).
Lo único que le queda a Job es su dolor. Se sienta sobre un montón de cenizas, donde se lamenta, se rasca sus úlceras, y anhela llevar su queja ante el Señor. Cuando tres amigos visitan a Job para consolarlo, se atreven a explicarle por qué ha sufrido tanto: le dicen que es porque ha hecho algo para merecerlo. Su esposa le dice que maldiga a Dios. Job clama en su agonía y desesperación al Señor, y desea estar muerto. Pero rechaza las explicaciones de sus amigos, y se niega a maldecir al Señor (Job 3­6).
Entonces Dios le habla a Job desde un torbellino, para demostrarle con absoluta autoridad que Él es Dios ­trascendente, poderoso y sabio. Job está simplemente abrumado por esta experiencia y, al final, se rinde y confiesa haber hablado de asuntos que no entendía (Job 38­42).
Todo esto puede parecernos injusto, principalmente porque no hemos vivido la experiencia, pensando de manera abstracta acerca de Dios, como lo hicieron los amigos de Job. Fue Job quien experimentó pérdidas catastróficas concretas. Por otra parte, fue Job quien experimentó la gloria de Jehová, quien vino a él de una manera concreta. Es por eso que, cuando vemos su historia, tenemos que imaginar lo que debió haber sido para Job tener ese encuentro con el Dios verdadero, y esa fue la razón por la que él no tuvo más preguntas que hacer. Porque, cuando una persona descubre que Dios es un ser real y glorioso, encuentra que Él es la respuesta a todas las preguntas. La recompensa de Job no fue la restauración de sus medios de subsistencia y de su familia (aunque le fueron dados esos regalos); su verdadera recompensa fue nada menos que Dios mismo.
Esta es la razón por la que la historia de Job puede ser una señal: Job luchó. Pero, de alguna manera, siguió adelante con fe, hasta dónde pudo, y el Señor se le apareció. Entonces, todas sus quejas y todas sus preguntas se transformaron en admiración: “Yo hablaba lo que no entendía; cosas demasiado maravillosas para mí, que yo no comprendía… De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven” (Job 42.3-5).

El Camino es duro y angosto, dice Jesús. Pero también nos asegura que su yugo es fácil, y ligera su carga (Mt 7.14; 11.30). Puede ser que nos resulte más fácil vivir en esta tensión si nos detenemos a leer las señales a medida que avanzamos. Las dificultades enfrentadas por Sara, José y Job nos recuerdan que aunque ellos sufrieron como nosotros, se mantuvieron en el Camino y tuvieron la experiencia de ver cumplido el plan redentor de Dios. Nosotros, también, que estamos rodeados por una gran nube de testigos, podemos despojarnos de todo lo que nos asedia, y seguir adelante, mirando a Jesús mismo, quien es el autor y consumador de nuestra fe.

 

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Busquen al Señor

Hasta que busquen al Señor

Cuando los amigos y los miembros de la familia abandonan la fe, hay una buena manera de alcanzarlos.
por Carol Barnier
La joven que repartía panfletos, saltaba de un lado a otro en medio de los estudiantes universitarios que rodeaban al predicador y a los cantantes del grupo de alabanzas. Ella había visto lo mismo muchas veces. Un pequeño grupo religioso se presentaba en los jardines de su universidad cada primavera, y como era de esperar, los estudiantes se presentaban para entretenerse con la discusión entre el pastor y los estudiantes ateos, a quienes les encantaba discutir.
A veces, el debate era acalorado y otras veces cómico, al menos en opinión de ella. Por lo general, pensaba que ninguno de los dos lados argumentaba muy bien. Y esa era la razón por la que sentía la necesidad de estar allí. Esta joven era hija de un pastor, y repartía panfletos con la esperanza de que sirvieran para capacitar a otros estudiantes para entender de una manera más clara la verdad que les quitaría las vendas de los ojos y el cerebro. Sin embargo, se había resignado a que no había ningún Dios, y que ellos simplemente debían seguir adelante con sus vidas.
Yo era esa atea, la hija del pastor.
Había sida criada en la iglesia, y estaba profundamente arraigada en su estructura social. Era pianista de la iglesia, maestra de la Escuela Dominical y de la Escuela Bíblica de Vacaciones, entre otras cosas. Sin embargo, para el momento en que salí de mi casa, me había proclamado atea, y estaba decidida a ver a otros reconocer la verdad de mis convicciones.
¿Cómo llegué allí? Al igual que muchos jóvenes de hoy, yo tenía preguntas. Preguntas acerca de Dios. Preguntas en cuanto a la verdad. Preguntas sobre cosas que simplemente no parecían tener sentido. Pero cuando comencé a hacer estas preguntas, se incomodaron algunos de los cristianos que estaban a mi alrededor. Esto no solo creó un distanciamiento entre mi comunidad de fe y yo, sino que también me llevó a creer que tal incomodidad se debía a un secreto: no había lugar para las preguntas. Así que, después de investigar por mi cuenta durante varios años, me convertí en atea.
Sin embargo, no fue nada extraño que lo hiciera. Una investigación realizada en el 2006 en los Estados Unidos señala que seis de cada diez jóvenes criados en la iglesia, la abandonan cuando se convierten en adultos. Otros estudios dicen que son siete de cada diez, e incluso hasta el 88% de ellos. El Espíritu Santo tuvo un rol fundamental en traerme de vuelta a la fe. Reflexionando al respecto, he sido capaz de sacar lecciones de mi peregrinación y ver claramente las cosas que mis padres, mis hermanos, miembros de la iglesia donde asistía  y amigos, hicieron bien; y también las cosas que pudieron haber hecho de otra manera. He aquí algunas sugerencias:

  1. Haga preguntas.
  2. Hacer preguntas es indicio de algo bueno y saludable: indica que usted no está satisfecho con una fe que no tiene, y que se preocupa por la integridad de sus convicciones. Usted no está ya montando en los faldones de la fe de sus padres. Quiere que su fe tenga sentido para que se convierta en una parte suya. No hay duda de que este es un momento delicado. Pero también puede ser un tiempo glorioso que a menudo precede a la entrega y al compromiso con Dios, que no serían posible para un hijo que sigue ciegamente los valores de sus padres.
    Cuando ignoramos la respuesta a la pregunta que alguien ha hecho, el malestar que como cristianos podamos tener es en realidad una tontería. Todos los que formamos parte de la comunidad de la fe necesitamos apropiarnos de una sola verdad: No hay ninguna pregunta tan grande que pueda trastornar a Dios. Él puede manejar cualquier cosa que se presente. Puede resistir el escrutinio. Ninguna de mis preguntas era nueva. Muchas de ellas ya habían sido formuladas muchos siglos antes, y a menudo respondidas muy bien, incluso con elegancia, por algunas mentes maravillosas. Así que, lo que usted no sabe, puede averiguarlo; no hay necesidad de llenarse de pánico. Además, Dios sabe exactamente lo que hay detrás de cada pregunta, y es capaz de revelar la verdad a quienes desean conocerla, de una manera que puedan entender.
  3. Concéntrese en el corazón.
  4. Si usted tiene un hijo pródigo, deje de preocuparse por su conducta. Aunque lo obligue a dejar de fumar, a dejar de vivir en libertinaje, y a dejar de emborracharse, ¿qué ha conseguido? Él es solo un pecador tratando de comportarse mejor, que cree que usted realmente desea que deje de ser una vergüenza para usted y para sus amigos de la iglesia. Como resultado, su corazón puede estar ahora más lejos del Dios que usted quiere que él acepte, simplemente porque usted definió la personalidad de Dios conforme a sus propias exigencias en cuanto a una mejor conducta. Manténgase enfocado en el tema central: en el corazón de su hijo o hija.

  5. Deje de culpar a los padres.
  6. Cuando uno observa que alguien abandona la fe, puede ser fácil asumir que los padres tienen la culpa. Algunos pueden haber cometido errores graves, pero muchos hicieron un trabajo de crianza perfectamente razonable. La mayoría de los padres de hijos pródigos han sido casi aplastados por el peso de una culpa fuera de lugar, que es alimentada a menudo por una mala lectura de Proverbios 22.6, el tan usado versículo de “instruye al niño”. Quienes malinterpretan este versículo asumirán que si algún hijo se ha apartado del camino que debía seguir, es porque los padres no deben haberlo criado bien. Muchos padres han llegado a creer que no verán el rostro de su hijo en el cielo por culpa de ellos.
    Llegó la hora de hacer una lectura más precisa de este versículo, sin darle implicaciones incorrectas. Los seminaristas y los teólogos han sabido esto desde hace mucho tiempo, pero muchos de nosotros (me incluyo) hemos asumido que los Proverbios son promesas. Piense en ello. ¿Qué hacer, entonces, con Proverbios 10.4 (NVI): “La manos ociosas conducen a la pobreza; las manos hábiles atraen riquezas”. Si esta fuera una promesa, entonces no habrían personas trabajadoras pobres, y personas perezosas ricas. Proverbios contiene muchos otros ejemplos así; son la sabiduría y la guía de Dios puestas en frases muy bien construidas sobre las acciones que nos posicionan para recibir lo mejor que Él desea para nuestras vidas. Pero no convierten a Dios en una máquina a nuestra disposición para sacar de ella lo que escojamos.
    Los padres tienen una influencia asombrosa sobre sus hijos, pero no hay una fórmula o un algoritmo que garanticen un resultado positivo. Considere lo siguiente: Si la crianza perfecta fuera posible, y diera siempre como resultado hijos perfectos, entonces Adán y Eva debieron haber sido impecables. Pero no fue así, ¿verdad? No solo tuvieron el Padre perfecto, sino que también vivían en un mundo perfecto, sin pecado. No hay nada mejor que eso. Sin embargo, eligieron alejarse de Dios.
  7. Relaciónese con la totalidad de la persona.
  8. Recuerde que este “hijo pródigo” sigue siendo una persona, aunque no perfecta, en su totalidad. Aparte del hecho de que se alejó de lo que usted cree, esta persona tiene, no obstante, muchas facetas; es una persona única que tiene una comida favorita; que le encanta cierta clase de películas; que se siente molesto por cierta injusticia; y que le gusta un deporte en particular. No base todas sus interacciones con esa persona en el hecho de que se alejó de la fe. Si lo hace, pronto le evadirá. ¿No evadería usted a alguien que se encargue de recordarle todo el tiempo la razón de su caída? Conéctese con la totalidad de la persona, o puede perder verdaderas oportunidades para hablar de asuntos significativos.
  9. Deje de repetir lo mismo.
  10. Si usted se encuentra diciendo la misma cosa una y otra vez, deténgase. Su hija ya sabe que usted cree que el cuerpo de ella es templo del Espíritu Santo. Ya sabe que usted piensa que ella debe volver a la iglesia. Decirlo una y otra vez no va a hacer que lo sepa más. ¿Cree usted que si ella le oye otras 687 veces, de repente calculará las veces y caerá de rodillas en arrepentimiento? Eso no va a suceder. A usted puede preocuparle (especialmente si es padre o madre) que si no afirma constantemente sus sentimientos acerca de las decisiones o convicciones de ella, ésta pensará que usted las aprueba ahora. Es mucho más significativo decirle algo como: “Bien, ya sabes lo que pienso acerca de eso, pero quiero que sepas que siempre te amaré. Siempre serás mi hija”.
    Después que volví al Señor y pensé en los años que estuve alejada de Él, muchas veces me preguntaba por qué me consideró digna de buscarme. Pero un día, me contestó muy claramente. Me mostró que Él vio más allá de toda mi amargura espiritual, orgullo y arrogancia, toda la belleza de la persona real en que me convertiría después de entregarme a Cristo.
    Podemos estar centrados en las circunstancias actuales de nuestro hijo pródigo, y angustiados por lo que vemos, o tal vez verdaderamente horrorizados. Pero no se desanime. Una de las cosas favoritas de Dios que Él hace, es tomar algo que parecía imposible a los ojos del mundo y, por medio de su amor, convertirlo en algo valioso y extraordinario, incluso impresionante. La buena noticia es que Dios es un artista, y nosotros somos su instrumento favorito.

Hasta que busquen al Señor

 

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¿Está usted demasiado sucio para orar?


¿Está usted demasiado sucio para orar?




La vergüenza:
por Edward T. Welch

Digamos que usted tuvo un fracaso monstruoso, o le sucedió algo humillante, o que pecó. Ahora parece que todo el mundo le mira de forma diferente. ¿Cuál fue su primera reacción? Ocultarse. Cerrar su cuenta deFacebook. Mudarse a otro país. Eso se llama vergüenza, y le dan ganas de ponerse una máscara y huir de esas miradas penetrantes. Se siente sucio, e incluso podrido.
Pero el asunto se vuelve peor: lo que ve en sus relaciones con los seres humanos, lo encontrará en su relación con el Señor. Esto significa que si evita a otras personas, entonces evitará también a Dios.
En otras palabras, a veces podemos sentirnos demasiado sucios para orar. Cuando usted vive con la vergüenza, es posible que interceda por otras personas, pero rara vez orará por usted mismo, a menos que sea para confesar la misma cosa una y otra vez. Después de todo, ¿por qué pedir algo si cree que Dios está disgustado con usted?
La raíz de la vergüenza
La vergüenza es el sentimiento profundo de que usted no es aceptable, por algo que hizo o por algo que le hicieron. Sentir vergüenza es el resultado de pecados que usted cree que sobresalen del resto. Por ejemplo, todo el mundo ha cruzado una señal de alto, pero no todo el mundo ha robado a una iglesia. Si usted es descubierto, no volverá a sentirse cómodo en la congregación. La confesión por sí sola no ayuda, por lo general, ya que puede que usted crea que el Juez dice: “inocente”, solo porque Jesús murió por usted –no porque sea tierno y misericordioso– y después sale del tribunal sintiéndose indigno todavía.
Este sentimiento de indignidad es todavía más profundo cuando alguien ha pecado contra nosotros de una manera humillante. Cualquier violación sexual hará sufrir vergüenza. Ser rechazado por los padres o los amigos, abandonado por el cónyuge, o ser el blanco de críticas, también pueden causarla. Tal vez usted ha sentido que ha hecho algo muy malo, y entonces inventa toda clase de cosas para confesarlas al Señor, pero nada de esto le hace sentir más limpio o aceptado. No importa lo que haga, la vergüenza sigue estando presente.

Vea y escuche
Si la vergüenza le impide tener comunicación verdadera con Dios, es necesario que reconozca que Él no le ve como usted piensa que lo hace. Las cosas no son siempre lo que parecen ser.
Vea a Jesús en acción. Él va en busca de los enfermos y los poseídos por demonios (Lc 4.40, 41), de los marginados, ¿y qué hace? Los toca. Jesús demuestra que está dispuesto a asociarse con este tipo de personas, incluso sin importar lo que piensen los demás.
Observe a Jesús con el leproso. Cuando el hombre lo ve, postra su rostro en tierra y le implora: “Señor, si quieres, puedes limpiarme”. Jesús extiende su mano y toca el hombre. “Quiero; sé limpio”. (Lc 5:12, 13).
Y luego están los “publicanos y pecadores”, o en otras palabras, la verdadera escoria de la sociedad. A solo pocos meses de haber iniciado su ministerio, Jesús ya tiene la fama de ser amigo de estas personas (Lc 7.34), lo que significa que tiene comunión con los más grandes y peores pecadores de la sociedad. Pero no es sólo eso, sino que también come con ellos –una señal concluyente de amistad y aceptación.
¿Está entendiendo el mensaje? Jesús no es como las demás personas. Él es Dios encarnado, que censura a los poderosos y busca a los que se sienten avergonzados.
El toque más poderoso
Los evangelios están llenos de impactantes historias acerca de los que luchamos con la vergüenza. Piense en una en particular: la historia de la mujer  atormentada durante doce años con una enfermedad que le producía una hemorragia constante (Lc 8.43-48). A pesar de que no tiene nada que confesar, todo el mundo la considera todavía inmunda por las creencias religiosas de la época. Seguramente que debe haber hecho algo terrible para merecer este sufrimiento, razonan. ¡Pero en un momento de gran audacia, y para horror de la muchedumbre, esta mujer extiende su brazo y toca a Jesús! ¿Cómo pudo hacer tal cosa? Las personas como ella deben mantenerse fuera de la ciudad con los leprosos, rechazadas por todos, como debe ser.
Pero Jesús se da una vuelta, y le habla a la mujer con ternura. “Hija”, le dice con cariño, “tu fe te ha salvado; ve en paz” (v. 48). Y su hemorragia se detiene al instante.
Algo que debemos entender sucedió con la mujer “inmunda”. Cuando ella sacó su brazo de en medio de la multitud y tocó a Jesús, Él dijo: “Alguien me ha tocado; yo sé que de mí ha salido poder” (v. 46 NVI). Este contacto fue como un fuerte abrazo. Ya sabemos que a los ojos de la sociedad, esta mujer, en realidad, transmitió su impureza a Jesús. Pero lo que es menos obvio es que Él se ofreció voluntariamente para tomar esa contaminación, esa vergüenza. De todas esas personas infamadas y rechazadas a las que Él ministró, estaba tomando y llevando la totalidad de su suciedad. Y su plan era llevarla a la cruz y darle muerte, de una vez y por todas.
Cuando la Escritura nos dice que de Jesús salió poder para la mujer, lo que significa es que Jesús le dio algo: se dio a sí mismo. Jesús da su santidad a quienes vienen para ser tocados por Él. Y en esa santidad hay limpieza, aceptación, protección, seguridad y amor. Lo mismo sucede con nosotros. Para que el intercambio tenga lugar, usted simplemente tiene que creer que Jesús es, quien quita la culpa y la vergüenza.
Si usted ha sido violado sexualmente, por ejemplo, y pone su fe en Jesús como el que  quitó su vergüenza de la cruz, eso significa que usted está ahora unido a Él. El Señor rompió las cadenas que le mantenían unido a la persona que le violó, y ahora, en vez de eso, Él se une a usted. Lo que le pertenece a Jesús, ahora le pertenece a usted. Y lo mismo se aplica para quienes hemos sido heridos, e incluso si somos nosotros quienes causamos el daño. Lo hecho es ahora parte del pasado. Ahora pertenecemos al Señor y somos nuevas criaturas en Él (2 Co 5.17). La vida de Cristo se convierte en nuestra vida, y en su amor encontramos paz y libertad.
El apóstol Pedro, que sabía acerca de la vergüenza después de negar a Cristo, identifica las bendiciones de este intercambio: “Vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios” (1 P 2.9).
Es por ello que eso de estar “demasiado sucio” para orar, no es verdad. En vez de eso, Jesús nos ha mostrado una verdad inequívoca: Él tiene un cariño especial por los marginados y los “impuros”, y está siempre deseoso de extender sus brazos en un cálido abrazo. Nosotros simplemente tenemos para recibir su toque. Eso significa decirle: “Sí, confío en ti para que quites mi vergüenza”, o, simplemente, “Ayúdame”. Lo que importa es que usted venga al Señor –tal como está– para hacer esa conexión, y no seguir escondiéndose de Él.
Entonces descubrirá que tiene muchas cosas de que hablar abiertamente con Él –oraciones de acción de gracias, pedirle que satisfaga con abundancia sus necesidades personales, y sí, orar por su familia y sus amigos. Ellos también necesitan, desesperadamente, conocer este maravilloso regalo que Jesús selló para nosotros con su muerte y resurrección: su vida por la nuestra; su amor inmutable y sanador –para siempre

 

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De su Mano


Más allá de su mano

Para los débiles en la fe, hay un remedio sencillo: Recordar a Dios.

por Patrick Wood

Tenemos, por lo general, una extraña tendencia en lo que tiene que ver con las oraciones contestadas. A pesar de que podemos ser testigos de la mano de Dios obrando de manera impresionante, es posible que no seamos capaces de ver el propósito más allá de estos maravillosos hechos –el mismo Dios. O, para decirlo de otro modo, nos enamoramos más de lo que Él puede hacer, que de Quién está detrás del hecho.

Esto no es nada nuevo para la humanidad. Consideremos, por ejemplo, la situación de los israelitas mientras vagaban por el desierto en el exilio. Entre otras provisiones, Dios los había librado de la esclavitud, dividió el Mar Rojo, y dio maná con sabor a miel y hojuelas. Uno pensaría que esto es suficiente para “gustar y ver que el Señor es bueno” (Sal 34.8), aparte de que es todopoderoso. Pero al añorar lo que tenían cuando vivían en Egipto, los incrédulos querían más: es decir, carne, específicamente, codornices.

De modo que los israelitas le exigieron carne a Dios, no porque tenían confianza en su bondad, sino porque estaban probando su capacidad, como si lo estuvieran sometiendo a un juicio (Sal 78.18, 19). Afortunadamente, Dios caminó con su pueblo. Les dio codornices y más: agua de la roca (Éx 17.1-6), sanidad sobrenatural (Nm 21.9), y ropas que no envejecían (Dt 8.4). Pero, una vez más, la intención del Señor no era simplemente colmar a los israelitas de manifestaciones impresionantes, sino ayudarlos a reflexionar en cuanto a la naturaleza de su persona.

De esa manera, cuando las circunstancias exigieran una provisión de la que ellos no habían sido testigos todavía –como la capacidad para derrotar a gigantes en la Tierra Prometida (Dt 1.28)– su fe se habría visto fortalecida por los hechos anteriores. Reconocerían la verdad suprema de que Jehová es el Dios para quién todas las cosas son posibles.

 Él es la clase de Dios que cumple sus promesas; por tanto, ¿por qué no habría de ayudarlos ahora?
Pero, lamentablemente, esa no era la línea de pensamiento de los israelitas. En lugar de eso, no fueron capaces de confiar en la seguridad del carácter de Dios. Por consecuencia, la capacidad de derrotar a los gigantes y adueñarse de la Tierra Prometida se le daría a la generación siguiente (Jos 11.21). Este es el resultado trágico cuando somos testigos de la obra de Dios, pero no le damos la importancia que Él merece.

Pero hay buenas noticias, según la Escritura: Hay una esperanza más grande para usted y para mí, porque tenemos el Espíritu Santo que vive en nosotros, quien nos ayuda a que no repitamos los mismos errores que cometió Israel. Él no solamente nos ayuda a permanecer en el buen camino, sino que, nos recuerda las cosas que Dios ha dicho y hecho en nuestras vidas, y aumenta nuestra comprensión de ellas (Jn 14.26).

 Este aspecto del ministerio del Espíritu Santo es la práctica de la “recordación sagrada” –la disciplina de la acción de gracias deliberada, que nos protegerá de perder la esperanza cada vez que enfrentemos obstáculos. Hacemos esto mediante la evaluación periódica de todas las cosas maravillosas que Dios ha hecho para nosotros, ya sea en compañía de hermanos en la fe o en privado mediante nuestra expresión escrita o la oración.

La recordación sagrada revive nuestra confianza en el carácter del Señor, fortalece nuestra fe y confiere poder a nuestras oraciones. El Salmo 105 (NVI) sirve como ejemplo, que pone al relieve los grandes hechos de Dios en cuanto a su fidelidad para con Israel como nación. Por cierto, el salmo comienza con “Den gracias al Señor”, y termina con “¡Alabado sea el Señor!” En el libro de los Salmos, estas frases se complementan: de manera semejante, la recordación sagrada enfoca nuestra atención no solo en lo que Dios ha hecho, sino en agradecimiento por quién Él es.


Usted puede, del mismo modo, escribir su propia versión del Salmo 105. Por ejemplo, haga una cronología de sus oraciones más importantes y de los deseos que Dios satisfizo a lo largo de los años. Estos hechos de la bondad del Señor son mucho más que breves estallidos de protección que van y vienen rápidamente. Son afirmaciones de su naturaleza eterna: Él es nuestro proveedor, y siempre lo será.

Hay una razón por la que el apóstol Pablo dice que nuestras peticiones deben hacerse con acción de gracias (Fil 4.6). La gratitud genuina nos lleva a las cámaras de la alabanza. Y una vez dentro de ellas, hay algo en la contemplación de Aquel que está en el trono, que pone en perspectiva la abundancia de su gracia, incluyendo aquello que pensamos y por lo cual oramos.

La recordación sagrada le ayudará a ir más allá de la capacidad de la mano de Dios, a la esencia de su corazón. Y cuando llegue allí, estará aun más inclinado a intentar alcanzar su mano simplemente para agarrarla, como un hijo amado –para recibir de Él poder para todas las cosas que toque.

 

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MEJORE SU CUADRO



MEJORE SU CUADRO

 HACE POCO, UN HOMBRE DE EDAD mediana me dijo: siempre he sabido que me daría diabetes. Mi padre la sufría, y también mi abuelo,
Por generaciones la padecieron mis antepasados".El me contó que desde su adolescencia, sabia que llegaría el día cuando escucharía la diagnosis
del doctor, La estaba esperando. Es mas ya se veía con diabetes y, por desdicha, recibió precisamente lo que predijo.

Algunas personas creerán que le dio diabetes por que no tenia fe. Me duele decirlo pero su fe estaba funcionando perfectamente bien. Sabia que su fe
puede ejercerse para lo negativo tanto para lo positivo? Si su familia tiene una larga historia de alguna enfermedad, no se resigne a verse con la misma.
"Bueno, pues, creo que es mi suerte en la vida".

No -usted mas que nadie- necesita desarrollar un nuevo cuadro. Debe verse fuerte, sano y gozando de una vida larga y satisfactoria. Usted puede ser la persona que rompa la maldición de la mala salud, pero el primer paso es cambiar la imagen que tiene de si mismo. Reciba una nueva imagen. Asegúrese que sus
ojos estén llenos de luz.

Mi madre hizo esto en 1981 cuando fue diagnosticada con un cancer terminal y los doctores solo le daban unas cuantas semanas de vida, ella oro, creyó
y recito pasajes de la Biblia que tenían que ver con la ansiedad todos los días. Sin embargo mi mama no solo oraba ni solo citaba versículos de la Biblia,
si no que también coloco fotografías de ella por toda la casa; fotos de ella durante la épocas felices de su vida, cuando gozaba de buena salud. Las puso
en la cocina, en la sala, aun en el cuarto de baño. Sin importar en que parte de su casa se encontrara, se veía con salud y alegría.

Con facilidad mi mama pudo haber mirado el espejo para deprimirse.
Hubiera sido fácil permitir que la imagen errada se enraizara. Después de
Todo, solo pesaba solo unos cuarenta kilogramos. Estaba débil , demasiada delgada y su
Piel ya  tenía ese color de muerte, amarillenta. Pero en vez de pensar en esa imagen, mi mama pego fotografías en las que estaba muy contenta. Recuerdo que en su cuarto de baño coloco una  ella con un gran sombrero vaquero de color rosado, montada sobre un
Caballo marrón durante unas vacaciones familiares en el estado de Montana. Cada vez
Que entraba a ese lugar, se veía contenta, saludable y gozando de vida. En la cocina, pego fotografías de su boda. En la sala, coloco otras en las que salía contenta, fuerte, saludable y viviendo su vida al máximo

Ella rehusaba pensar demasiado en aquel diagnostico tan pesimista; no pensaba mucho en su cuerpo enfermo. Ella miraba a través de los ojos de su fe y se vio de la manera que se quería ver. Por fuera estaba débil y enferma pero por dentro, en lo profundo de su corazón y su mente, estaba fuerte, decidida y sana. No permitió que aquella imagen  débil y derrotada echara raíces . Al contrario, insistió en verse como una vencedora y no como otra victima. Dios, en su bondad, la sano por completo, y llego a ser lo que veía y hasta la fecha, más de veinte anos después, goza de muy buena salud.

Hasta montar a caballo pudiera si lo deseara.



Amigo, usted también producirá lo que mantiene ante sus ojos, ¿Qué clase de fotografías ha pegado en las paredes de su mente? ¿Se ve como alguien más fuerte
y saludable? ¿Se ve subiendo a mayores niveles en la vida, cumpliendo sus sueños?.

En mi casa, he colocado fotografías  en todas las puertas de cosas que me inspiren. Me
Encanta ver las hermosas puestas de sol, y me fascina ver las águilas volando en el horizonte. Sobre mi escritorio tengo artículos y cartas de personas que me han escrito y que comunican fe a mi vida. Tengo fotografías de mi familia cuándo  nos estábamos
Divirtiendo juntos. Tengo una fotografía de mi padre y yo navegando el Rió Amazonas. Me gusta colocar ante mí aquellas cosas que me recuerdan el gozo que experimente en el pasado, pero que al mismo tiempo extienden y amplían mi visión para mejores   experiencias en el futuro.

Exhiba objetos en su hogar y oficina que aumenten su fe. Ponga fotografías que le traigan buenas memorias, y no las pase por alto como diciendo: “Quisiera estar todavía contento”
o “Me gustaría que aquel vestido todavía me quedara” o “Como me gastaría atener todavía bastante pelo”.

No permita que la imagen triunfante  nazca en usted. Consiga que sature su ser interior. Para muchas personas, es bueno decorar sus paredes con versículos de las Escrituras.
En los lugares donde se arregla por las mañana, coloque versos como:”Todo lo puedo con
Cristo que me fortalece” o ”Este es el día que hizo el Señor” y Dios siempre me hace triunfar”. En la puerta de salida ponga la verdad : “El favor de Dios me cubre como un escudo” o Misericordia y bondad  me seguirán hoy” Ponga aquellas cosas que le
Edifiquen  espiritualmente que le llenen de fe y que le ayuden a tener una gran visión para su vida.

No se paralice ni se estanque. Puede que hoy las cosas no sean fáciles, pero comience a verse superándolas. Véase venciendo la adicción. Véase recibiendo ese ascenso. Permita que esa nueva imagen llegue hasta lo profundo de su ser. Para producirlo extremamente, primero tiene que verlo en su interior.

LA ORACION DE HOY PARA SU MEJOR VIDA

Padre, por favor ayúdame a remover aquellos cuadros negativos que he tenido en mi mente,
y remplazarlos con cuadros llenos de fe, memorias especiales e imágenes de esperanza para un futuro increíble. Creo que quieres que mi visión crezca, que mis horizontes de expandan y que viva una vida que tenga un significado eterno.

 

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Mis Libros Favoritos!!!!!!!!!

  • El Poder De Los Padres Que Oran Por Stormie Omartian
  • Este Es Tu Momento Por Joel Osteen
  • Cada Dia Es Viernes Por Joel Osteen
  • En Pie De Guerra Por Carlos C. Sanchez
  • Juventud En Extasis Por Carlos C. Sanchez
  • Nino de Voluntad Firme Por Dr. James Dobson
  • Como preparar Hijos Triunfadores Por Osvaldo Cuadro Moreno

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