Más allá de su mano
Para los débiles en la fe, hay un remedio sencillo:
Recordar a Dios.
por Patrick Wood
Tenemos, por lo general, una extraña tendencia en lo que tiene que ver
con las oraciones contestadas. A pesar de que podemos ser testigos de la mano
de Dios obrando de manera impresionante, es posible que no seamos capaces de
ver el propósito más allá de estos maravillosos hechos –el mismo Dios. O, para
decirlo de otro modo, nos enamoramos más de lo que Él puede hacer, que de Quién
está detrás del hecho.
Esto no es nada nuevo para la humanidad. Consideremos, por ejemplo, la
situación de los israelitas mientras vagaban por el desierto en el exilio. Entre
otras provisiones, Dios los había librado de la esclavitud, dividió el Mar
Rojo, y dio maná con sabor a miel y hojuelas. Uno pensaría que esto es
suficiente para “gustar y ver que el Señor es bueno” (Sal 34.8), aparte de que
es todopoderoso. Pero al añorar lo que tenían cuando vivían en Egipto, los
incrédulos querían más: es decir, carne, específicamente, codornices.
De modo que los israelitas le exigieron carne a Dios, no porque tenían
confianza en su bondad, sino porque estaban probando su capacidad, como si lo
estuvieran sometiendo a un juicio (Sal 78.18, 19). Afortunadamente, Dios caminó
con su pueblo. Les dio codornices y más: agua de la roca (Éx 17.1-6), sanidad
sobrenatural (Nm 21.9), y ropas que no envejecían (Dt 8.4). Pero, una vez más,
la intención del Señor no era simplemente colmar a los israelitas de
manifestaciones impresionantes, sino ayudarlos a reflexionar en cuanto a la
naturaleza de su persona.
De esa manera, cuando las circunstancias exigieran una provisión de la
que ellos no habían sido testigos todavía –como la capacidad para derrotar a
gigantes en la Tierra Prometida (Dt 1.28)– su fe se habría visto fortalecida
por los hechos anteriores. Reconocerían la verdad suprema de que Jehová es el
Dios para quién todas las cosas son posibles.
Él es la clase de Dios que cumple sus promesas; por tanto, ¿por qué no habría de ayudarlos ahora?
Él es la clase de Dios que cumple sus promesas; por tanto, ¿por qué no habría de ayudarlos ahora?
Pero, lamentablemente, esa no era la línea de pensamiento de los
israelitas. En lugar de eso, no fueron capaces de confiar en la seguridad del
carácter de Dios. Por consecuencia, la capacidad de derrotar a los gigantes y
adueñarse de la Tierra Prometida se le daría a la generación siguiente (Jos 11.21). Este es el resultado trágico cuando somos testigos de la obra de
Dios, pero no le damos la importancia que Él merece.
Pero hay buenas noticias, según la Escritura: Hay una esperanza más
grande para usted y para mí, porque tenemos el Espíritu Santo que vive en
nosotros, quien nos ayuda a que no repitamos los mismos errores que cometió
Israel. Él no solamente nos ayuda a permanecer en el buen camino, sino que, nos
recuerda las cosas que Dios ha dicho y hecho en nuestras vidas, y aumenta
nuestra comprensión de ellas (Jn 14.26).
Este aspecto del ministerio del Espíritu Santo es la práctica de la “recordación sagrada” –la disciplina de la acción de gracias deliberada, que nos protegerá de perder la esperanza cada vez que enfrentemos obstáculos. Hacemos esto mediante la evaluación periódica de todas las cosas maravillosas que Dios ha hecho para nosotros, ya sea en compañía de hermanos en la fe o en privado mediante nuestra expresión escrita o la oración.
Este aspecto del ministerio del Espíritu Santo es la práctica de la “recordación sagrada” –la disciplina de la acción de gracias deliberada, que nos protegerá de perder la esperanza cada vez que enfrentemos obstáculos. Hacemos esto mediante la evaluación periódica de todas las cosas maravillosas que Dios ha hecho para nosotros, ya sea en compañía de hermanos en la fe o en privado mediante nuestra expresión escrita o la oración.
La recordación sagrada revive nuestra confianza en el carácter del
Señor, fortalece nuestra fe y confiere poder a nuestras oraciones. El Salmo 105
(NVI) sirve como ejemplo, que pone al relieve los grandes hechos de Dios en
cuanto a su fidelidad para con Israel como nación. Por cierto, el salmo
comienza con “Den gracias al Señor”, y termina con “¡Alabado sea el Señor!” En
el libro de los Salmos, estas frases se complementan: de manera semejante, la
recordación sagrada enfoca nuestra atención no solo en lo que Dios ha hecho,
sino en agradecimiento por quién Él es.
Usted puede, del mismo modo, escribir su propia versión del Salmo 105. Por
ejemplo, haga una cronología de sus oraciones más importantes y de los deseos
que Dios satisfizo a lo largo de los años. Estos hechos de la bondad del Señor
son mucho más que breves estallidos de protección que van y vienen rápidamente.
Son afirmaciones de su naturaleza eterna: Él es nuestro proveedor, y siempre lo
será.
Hay una razón por la que el apóstol Pablo dice que nuestras peticiones
deben hacerse con acción de gracias (Fil 4.6). La gratitud genuina nos lleva a
las cámaras de la alabanza. Y una vez dentro de ellas, hay algo en la
contemplación de Aquel que está en el trono, que pone en perspectiva la
abundancia de su gracia, incluyendo aquello que pensamos y por lo cual oramos.
La recordación sagrada le ayudará a ir más allá de la capacidad de la
mano de Dios, a la esencia de su corazón. Y cuando llegue allí, estará aun más
inclinado a intentar alcanzar su mano simplemente para agarrarla, como un hijo
amado –para recibir de Él poder para todas las cosas que toque.
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